Aquel
maldito viernes, sin imaginármelo siquiera, todo se me escapó de las manos,
aquello a lo que yo llamaba mi "plan".
- ¿Adónde
crees que vas? -me preguntó mi madre a las diez, cuando intentaba salir.
- Con mis
amigos.
- Esos no
son amigos hija, son delincuentes.
- ¡No te
atrevas a tratarlo así! ¡Tú no vales nana comparada con ellos!
- No me
hables así, que soy tu madre.
- ¿Y qué?
- Vete
ahora mismo a tu habitación, estás castigada sin salir. Y no volverás a ver a
esos chicos.
- Y quién
me lo va a impedir, ¿tú? -me burlé.
- Vete,
¡ya!
Me reí de
ella y subí a mi habitación. Una hora más tarde, conseguí escaparme de casa y
fui a encontrarme con mis amigos. Fuimos a una discoteca nueva, el lugar donde
sucedió mi peor pesadilla. Toni, el líder, al que yo creía mi Dios, se
convirtió en mi enemigo aquella noche.
- Toma -me
dijo, tendiéndome unas pastillas. - Te pondrás en ambiente.
Aparté su
mano. Drogas, esas malditas tentaciones de las que nos advierten una y otra vez
en cualquier sitio y lugar, a cualquier hora, en cualquier momento.
- No seas
tonta -me dijo sonriendo.
Tentaciones
que llegar sin avisar, de repente, cuando no lo esperas. Había hecho muchas
locuras con ellos pero... Maldita sea, ese día tampoco pensé con la cabeza. Lo
miré unos segundos y cogí una. Me la tomé con... resulta gracioso, nunca supe
qué fue lo que me dio a beber aquella noche. No recuerdo nada, sólo sé que esa
noche me volví loca, me disparaté, y mi cabeza no se hizo responsable de mis
actos. Lo último que me vino a la mente fue sentir la mano de alguien alrededor
de mi cintura. Después... todo se volvió oscuro.
Desperté en
la casa de mi mejor amiga. Ella lloraba a mi lado y me abrazó en cuanto abrí
los ojos. No entendí nada en ese momento. Lo comprendí dos meses más tarde,
cuando los que yo creía mis amigos dejaron de hablarme y unos extraños
malestares me llevaron hasta el hospital... donde descubrí que estaba
embarazada.
Cuando a
una chica de dieciséis años le dan una noticia semejante, es normal que se le
caiga en mundo encima. No sabía qué hacer, cómo actuar.
Al salir
del médico con las pruebas, pensé en mi mejor amiga. Me sentí fatal cuando me
enteré que aquel viernes fue a buscarme a la discoteca. Me habían dejado allí
sola. Supongo que alguien se compadeció porque la llamaron y se lo contaron. Y
vino corriendo a ayudarme a pesar de cómo la había tratado los últimos meses.
Ella, mi amiga, la responsable y precavida, la reservada y sosa para mi gusto.
Ella, más inteligente que yo. Se lo conté todo a ella y le supliqué mil veces
perdón. Ella me acogió sin miramientos, sin recordarme que ya me lo había
advertido, porque era realmente una amiga, mi amiga. Casi me da algo cuando me
aconsejó que se lo dijera a mis padres.
"Me matarán, me echarán de casa, me
desheredarán, me odiarán para siempre" -pensé. Pero me armé de valor y se
lo conté todo aquella noche. Mi madre lloró a lágrima viva, mi padre se quedó
sin palabras, y ambos me fundieron en un abrazo y me brindaron todo su apoyo, a
pesar de que no me lo merecía.