Hoy me he levantado con la piel erizada, el corazón bombeándome
con fuerza, las emociones a punto de desbordarse por mis mejillas. Hoy cumplo
un año más de vida, celebro poder estar aquí para compartirlo. Pero… ¿con
quién? Me invade la melancolía, retazos de momentos que he vivido con aquellos
a los que quería, festejando la vida, mi vida. ¿Cuánto hace que no suenan esos
ecos de alegría? ¿Cuánto hace que, en la habitación, tan sólo se escucha mi
respiración, los susurros de mi corazón?
Hay días en los que pesan las ausencias de aquellos que no están, y de aquellos que decidieron irse sin más, sin explicación. Quizás sean esas las partidas que más escuecen, las que se alejaron sin decir adiós, quitándole importancia a todo lo que habíamos vivido y compartido juntos. Hoy, solo yo celebro mi vida, no hay nadie que pueda acompañarme, nadie que quiera hacerlo. La soledad de esta oscura habitación comienza a aplastarme y, por un momento, me flaquean las fuerzas, dudo si podré seguir adelante, si mi coraje está dispuesto a enfrentar las batallas que quedan por librar.
Los días como hoy han de ser importantes para cualquiera,
deberían serlo. No importa si le acompaña una gran fiesta, o se prefiere un día
más austero. Lo bello es celebrarlo, vivir el momento, agradecer que estamos
aquí y tenemos la oportunidad de ver el mundo, de disfrutarlo, de sentirlo. Otro
año más. Otra nueva aventura. Y sienta bien que alguien lo comparta contigo,
que se acuerde de que estás aquí, que agradezca poder disfrutar de tu
existencia, de contemplar tu camino. Hace ya tiempo que yo misma soy mi única
compañera, que este día cae en el olvido de aquellos que, alguna vez,
permanecieron conmigo.
Pero no importa, mientras quede yo, al menos, para festejar mi
día, para compartirlo conmigo misma. Yo seré mi propio eco de alegría, mi
propia celebración. Al fin y al cabo, hay ausencias que duelen, que no se
comprenden, pero que debemos aprender a dejar marchar. Hay resquicios de magia
que poder apreciar en soledad, momentos que ahora sentimos vacíos, pero tan
solo son espacios que se preparan para quienes están por llegar, dispuestos a
impregnarnos con su presencia.
Me miro al espejo, veo esa sonrisa
color carmín mientras me ajusto el vestido de lentejuelas. Suspiro, y me
adentro en el salón, donde un apetecible pastel me invita a probarlo desde la
mesa, junto a otros aperitivos de variedad diversa. Algunos globos y confetis
adornan la estancia. Una botella de champán se enfría en la cubitera, deseosa
de brindar. Tomo asiento, enciendo la vela, y miro al mi alrededor, llenando la
habitación vacía con mi esencia. “Feliz cumpleaños” -susurra mi corazón. Cierro
los ojos, elevo la voz para pedir el mismo deseo, y apago la llama. Mi interior
estalla en vítores, mientras las burbujas del champán de derraman por el lomo
de la botella. Alzo la copa y brindo, aplaudiendo mi vida. Comienza un nuevo
año. una nueva aventura. Quizás, esta vez, ya no haya ausencias que duelan.